31/7/08

COMPRENDER LA HISTERIA


" Subió la amplia escalera recta, con balaustrada de madera, que conducía al corredor pavimentado de losas polvorientas al que daban varias habitaciones en hilera, como en los monasterios o las posadas. La suya estaba al final, a la izquierda. Cuando llegó a poner los dedos en la cerradura sus fuerzas le abandonaron súbitamente. Temía que no estuviese allí, casi lo deseaba, y ésta era, sin embargo, su única esperanza, la última oportunidad de salvación. Se recogió un minuto, y, armándose de valor ante la necesidad presente, entró.

Rodolfo estaba junto al fuego, los dos pies sobre la chambrana, fumando una pipa.

-¡Anda!, ¿es usted? -dijo él levantándose bruscamente.

-¡Sí, soy yo!... Quisiera, Rodolfo, pedirle un consejo.

Y a pesar de todos sus esfuerzos, le era imposible abrir la boca.

-¡No ha cambiado, sigue tan encantadora!

-¡Oh! -replicó ella amargamente-, son tristes encantos, amigo mío, pues usted los ha desdeñado.

Entonces él inició una explicación de su conducta disculpándose vagamente a falta de poder inventar algo mejor.

Emma se dejó impresionar por sus palabras y más aún por su voz y por la contemplación de su persona; de modo que fingió creer, o quizás creyó, en el pretexto de su ruptura; era un secreto del que dependían el honor a incluso la vida de una tercera persona.

-¡No importa! -dijo ella mirándolo tristemente-, ¡he sufrido mucho!

Él respondió en un aire filosófico: -¡La vida es así!

-¿Ha sido, por lo menos -replicó Emma-, buena para usted después de nuestra separación.

-¡Oh!, ni buena... ni mala.

---Quizás habría sido mejor no habernos dejado nunca.-¡Sí..., quizás!

-¿Tú crees? -dijo ella acercándose.

Y suspiró.-¡Oh, Rodolfo!, ¡si supieras!... ¡te he querido mucho!

Entonces ella le cogió la mano y permanecieron algún tiempo con los dedos entrelazados, como el primer día en los comicios. Por un gesto de orgullo, Rodolfo luchaba por no enternecerse. Pero desplomándose sobre su pecho, ella le dijo:

-¿Cómo querías que viviese sin ti? ¡No es posible desacostumbrarse de la felicidad! ¡Estaba desesperada!, ¡creí morir! Te contaré todo esto, ya verás. ¡Y tú... has huido de mí!...

Pues, desde hacía tres años, él había evitado cuidadosamente encontrarse con ella por esa cobardía natural que caracteriza al sexo fuerte; y Emma continuaba con graciosos gestos de cabeza, más mimosa que una gata en celo:

-Tú quieres a otras, confiésalo. ¡Oh! ¡Lo comprendo, vamos!, las disculpo; las habrás seducido, como me sedujiste a mí. ¡Tú eres un hombre!, tienes todo lo que hace falta para hacerte querer. Pero nosotros reanudaremos, ¿verdad?, ¡nos amaremos! iFíjate, me río, soy feliz! ¡Pero habla!

Y tenía un aspecto encantador, con aquella mirada en la que temblaba una lágrima como el agua de una tormenta en un cáliz azul.

Rodolfo la sentó sobre sus rodillas y acarició con el revés de su mano sus bandós lisos, en los que a la claridad del crepúsculo se reflejaba como una flecha de oro un último rayo de sol. Emma inclinaba la frente; él terminó besándola en los párpados, muy suavemente, con la punta de los labios.

-¡Pero tú has llorado! -le dijo-. ¿Por qué?Ella rompió en sollozos, Rodolfo creyó que era la explosión de su amor; como ella se callaba, él interpretó este silencio como un último pudor y entonces exclamó:-¡Ah!, ¡perdóname!, tú eres la única que me gusta. ¡He sido un imbécil y un malvado! ¡Te quiero, te querré siempre! ¿Qué tienes? ¡dímelo! Y se arrodilló.

-¡Pues estoy arruinada, Rodolfo! ¡Vas a prestarme mil francos!

-Pero... pero... -dijo levantándose poco a poco, mientras que su cara tomaba una expresión grave.

-Tú sabes -continuó ella inmediatamente- que mi marido había colocado toda su fortuna en casa de un notario, y el notario se ha escapado. Hemos pedido prestado; los clientes no pagaban. Por lo demás, la liquidación no ha terminado; tendremos dinero más adelante. Pero hoy, por falta de tres mil francos, nos van a embargar. Es hoy, ahora mismo y, contando con tu amistad, he venido.

«¡Ah! -pensó Rodolfo, que se puso muy pálido de pronto-, ¡por eso has venido!»

Por fin, dijo en tono tranquilo:-No los tengo, querida señora mía.

No mentía. Si los hubiera tenido seguramente se los habría dado, aunque generalmente sea desagradable hacer tan bellas acciones, pues de todas las borrascas que caen sobre el amor, ninguna lo enfría y lo desarraiga tanto como las peticiones de dinero.Al principio Emma se quedó mirándole unos minutos.

-¡No los tienes! Repitió varias veces:-No los tienes... Debería haberme ahorrado esta última vergüenza. ¡Nunca me has querido! ¡Eres como los otros! Emma se traicionaba, se perdía.

Rodolfo la interrumpió, afirmando que él mismo se encontraba apurado de dinero.

-¡Ah!, ¡te compadezco! -dijo Ernma....."


Gustave Flaubert
Mdme Bovary