19/8/08

LA MELANCOLIA


"Conocía de antemano el inexorable final. O sea que no le importaba vivir. Su oficio eran las palabras, tenía respuesta para todo, menos para esto.
Me quedan cuarenta y seis píldoras de Demerol de la última receta -decía la nota-. Las tomaré todas juntas y me acostaré. La puerta está cerrada con llave. Que quede perfectamente claro, Howard, que escribo bajo la sombra de la muerte. Todo es verdad, hasta la última palabra. No lamento la muerte de Paul, a quien llaman Terry Lennox. Era apenas la cáscara hueca del hombre a quien amé y desposé. No significaba nada para mí. Esa tarde, la única vez que lo vi después de su retorno de la guerra, al principio no lo reconocí. Después sí, y él me reconoció de inmediato. Debió de haber muerto de joven, en la nieve de Noruega, el amante que entregué a la muerte. Volvió convertido en amigo de tahúres, esposo de una puta con dinero, un hombre vencido, posiblemente corrompido. El tiempo deteriora todo, lo vuelve mezquino, ruin y despreciable. La tragedia de la vida, Howard, no es que las cosas bellas mueren sino que se vuelven viejas y ruines. No permitiré que eso me suceda. Adiós, Howard.
Guardé una copia en un cajón del escritorio, bajo llave. Era el mediodía, pero no tenía ganas de almorzar. Saqué la botella, me serví un buen trago, tomé la guía telefónica y busqué el número del Journal. Marqué el número y le dije a la telefonista que quería hablar con Lonnie Morgan.
- El señor Morgan no viene hasta después de las cuatro. Ahora puede hallarlo en la sala de prensa del Ayuntamiento.
Llamé. Estaba. Me recordó de inmediato.
- Me enteré de que ha estado bastante ocupado.
- Tengo algo para usted, si lo quiere. Pero me parece que no lo quiere.
- No me diga. ¿De qué se trata?
- Una copia fotostática de la confesión de dos asesinatos.
- ¿Dónde está?
Se lo dije. Pidió mayor información. Le dije que no revelaría nada más por teléfono. Dijo que no era cronista policial. Repliqué que era periodista, redactor del único diario independiente de la ciudad. Trató de convencerme.
- ¿Dónde consiguió lo que tiene? ¿Cómo sé que vale la pena ir hasta allá?
- El original está en la fiscalía. No lo darán a conocer. Destapa un par de ollas muy bien tapadas hasta ahora.
- Lo llamaré. Tengo que hablar con mi jefe.
Cortamos. Bajé al bar y pedí un bocadillo de pollo con lechuga y un café. El café era jugo de paraguas recalentado y el bocadillo era sabroso como un trapo viejo. Los norteamericanos comemos cualquier cosa, con tal de que el pan esté bien tostado y sujeto con un par de mondadientes y que tenga un par de hojas de lechuga asomando por los bordes. Si está un poco marchita, mejor...."

Raymond Chandler
"El largo adiós"